La contundencia de la frase revela una urgencia bastante obvia que hace rato salta a la vista: la dirigencia tiene que escuchar más al pueblo. “La política es un circo vacío. Nosotros ya nos fuimos. Quedaron sólo los políticos”. La frase no es una metáfora: es la realidad cotidiana de una Argentina donde los dirigentes, salvo honrosas excepciones, están más preocupados por sus peleas internas, sus privilegios y su impunidad, que por la calidad de vida de una población que no da más. Mientras la inflación se come los ingresos, la pobreza se extiende y el ajuste golpea a los sectores más vulnerables, la dirigencia sigue mirándose el ombligo. Las prioridades de los políticos parecen estar cada vez más alejadas de las necesidades del pueblo.
El caso de Edgardo Kueider es un ejemplo claro. Este senador del Frente de Todos fue pieza clave para que Javier Milei lograra el quorum en el Senado para avanzar con la sanción de la polémica Ley Bases. Kueider traicionó su origen peronista y se alineó con un proyecto que pone en riesgo a miles de trabajadores. Esto demuestra que las internas en el peronismo no sólo son destructivas, sino que terminan siendo funcionales a un modelo que perjudica a los sectores más débiles.
Otro caso que retrata el nivel de desconexión es el de Cristian Ritondo, referente del PRO. Mientras el espacio intenta capitalizar un discurso de transparencia, se destapó que su esposa tiene sociedades offshore no declaradas. Esto no sólo expone la doble vara del partido que se presenta como adalid de la ética, sino que confirma la percepción de una clase política que se mueve en un circuito de privilegios ajeno a la realidad del argentino promedio, que lucha por pagar el alquiler o llevar comida a la mesa. La misma semana en la que Patricia Bullrich fue protagonista de los portales de noticias por una investigación que la liga a una cadena de comidas rápidas, cuyo crecimiento exponencial despertó sospechas. Uno de sus hijos estaría ligado a esta empresa, y la ex dirigenta del Pro, hoy ministra de Milei, habría usado esas estructuras para lavar decenas de millones de dólares. Todo lo que sería LA CASTA.
Del otro lado del charco político, la imagen de Alberto Fernández también es una muestra del cinismo de la política actual. A las críticas por su gestión ineficaz se suman las denuncias por violencia de género, un tema que el gobierno había tomado como bandera durante sus primeros años. Su desvinculación de estas causas y el silencio de los referentes de su espacio reflejan una prioridad clara: desligarse del personaje a cualquier costo, incluso a expensas de una agenda que prometieron defender.
Por su parte, las internas en el peronismo son un espectáculo en sí mismas. Axel Kicillof y La Cámpora están enfrascados en una pelea que deja en evidencia cómo las ambiciones personales y los intereses de facciones pesan más que las urgencias de la provincia más importante del país. Mientras se disputan el control político, los bonaerenses sufren problemas estructurales como el deterioro de la educación, la inseguridad y un sistema de salud colapsado.
Todo esto ocurre mientras Milei avanza con su proyecto de desmantelar el Estado, dejando a los más vulnerables cada vez más desprotegidos. Pero la responsabilidad no es sólo suya: PRO y peronismo, en su guerra interna por el poder, están permitiendo que este modelo avance sin resistencias significativas. En lugar de hacer autocrítica y volver a conectarse con la sociedad, parecen decididos a priorizar los escándalos, los acomodos y los negocios propios.
En definitiva, la política argentina sigue girando en torno a sí misma, desconectada de una realidad que empeora día a día. Los argentinos están solos frente a un panorama desolador: inflación sin freno, pobreza en aumento, inseguridad y la falta de un horizonte claro. Mientras tanto, en el circo de la política, las peleas por el poder son el único espectáculo. Y el público, cansado, ya abandonó la función.