En medio de la compleja encrucijada que atraviesa el peronismo bonaerense para definir sus candidaturas legislativas del 7 de septiembre, la figura de Máximo Kirchner emerge como el centro de una polémica que trasciende su persona. El diputado nacional, en una extensa entrevista concedida al diario Página/12, volvió a manifestar su supuesta incomodidad con la posibilidad de encabezar la boleta en la estratégica Tercera Sección, distrito que su madre tenía previsto disputar. “Me incomoda reemplazar a mi madre ‘proscripta'”, reconoció Kirchner hijo, aunque dejó una puerta abierta que repite un guión familiar: si Cristina se lo pide, acatará, tal como ocurrió en 2023. Este posicionamiento, teñido de retórica sacrificial y algún que otro clichés, sitúa su eventual candidatura en el corazón pantanoso de las negociaciones internas.
La reticencia pública de Máximo contrasta con la presión ejercida desde sectores afines, principalmente La Cámpora, que lo impulsa como cabeza de lista para la elección provincial más relevante. Sin embargo, esta pretensión choca con el escepticismo y las reservas que genera en el entorno del gobernador Axel Kicillof, quien prioriza la competitividad electoral y la coherencia con su agenda bonaerense. Según fuentes cercanas al mandatario provincial, Kicillof buscaría los “mejores candidatos” para asegurar la victoria, diferenciándose de lo que perciben como una lógica de “orga” que privilegiaría la lealtad sobre la eficacia. Esta pugna sorda configura a Máximo como “la pieza endiablada del ajedrez del PJ bonaerense”, donde el resultado final dependerá de un frágil equilibrio entre Kicillof, el propio Kirchner y Sergio Massa como tercer vértice negociador. La tesis que cobra fuerza otorga al gobernador mayor injerencia en el armado de las listas para las elecciones del 7S, relegando a Máximo y Massa a un papel más protagónico en la definición de las candidaturas nacionales de octubre.
La complejidad se multiplica al evaluar la viabilidad electoral en la Tercera Sección, fracturada entre bastiones camporistas –como Quilmes, Lomas de Zamora y Lanús– y zonas de influencia de intendentes alineados con Kicillof o con agendas propias, como Avellaneda, La Matanza y Berazategui, sumado a actores independientes. Esta fragmentación genera temores fundados sobre la capacidad de movilizar un voto unificado. Un dirigente de La Cámpora advirtió que la diferencia a favor del peronismo podría reducirse peligrosamente entre 7 y 10 puntos si no hay un compromiso unánime de todos los sectores territoriales, muchos de los cuales mantienen roces con el diputado. La ingeniería política requerida es monumental, abarcando desde resolver pugnas locales (como la emblemática en Morón entre Ghi y Sabbatella) hasta contener a dirigentes “sin tierra” en municipios opositores.